martes, 8 de junio de 2010

Poder para destruir

Publicado en El Universal, 8 de junio de 2010


El 18 de noviembre de 1978 ocurrió el suicidio colectivo de Jim Jones y más de novecientos seguidores en Guyana. Él se creía y así lo proclamaba, una reencarnación de Jesucristo, Buda y Lenin. Al ejecutar la masacre clamó: “esto no es un suicidio, es un acto revolucionario” y así desapareció Jonestown, el Templo del Pueblo y todos los bienes que Jim le había quitado a sus seguidores.

Desde los tiempos de Juan Vicente Gómez ningún gobierno ha tenido tanto poder como el actual, pero en aquellos tiempos Venezuela era casi una hacienda. Un pobre país palúdico, chagásico y malnutrido. Gómez no contaba con la montaña de dólares que ha ingresado al país, ni con la infraestructura creada durante la IV República o con los recursos humanos formados a muy buen nivel por las universidades autónomas y las privadas. Gómez, López Contreras, Medina y Pérez Jiménez, también militares, más no fanáticos, dejaron algo para el recuerdo: los ministerios de agricultura y de salud, las carreteras, la modernización de ciudades, los primeros museos, la Ciudad Universitaria. Con ellos creció el comercio, se inició la industrialización del país y de una limitada cultura rural, nos acercamos un poco al resto del mundo.

Hubo represión, cárcel y exilio, pero a ninguno se le ocurrió echar abajo los edificios que construyó Guzmán Blanco, destruir las empresas productivas y o regalarle dinero o petróleo a otros países. Hubo corrupción, una constante en nuestra historia, pero algo iban dejando para la siguiente generación. Con excepción de la guerra federal, a ninguno de los sátrapas de los siglos XIX y XX, se le ocurrió fracturar al país en dos, explotar las frustraciones, estimular las rencillas y sembrar tanto odio como el que estamos viendo en nuestros días. Cierto que más de una vez cerraron alguna universidad o varias veces a la misma, porque a no pocos gobernantes, les enfermaba la existencia del talento y la libertad para ejercerlo. Las cerraban por un tiempo, pero no las destruían. Sólo frustración y odio, hermanados con ignorancia y fanatismo de secta, puede explicar que antiguos alumnos y profesores, investidos como ministros, hagan un esfuerzo tan grande para destruir todo lo que huela a calidad y civilismo.

Ningún gobierno trató de liquidar empresas, iglesia, opositores, sindicatos, medios de comunicación social, artistas, gremios, universidades y estudiantes al mismo tiempo. Tampoco recordamos la enemistad con tantos países o que hayan tenido como objetivo la destrucción de la nación y sus instituciones, se conformaban con el trono temporal y hasta rectificaban cuando cometían errores graves. El poder de actual gobierno es tan grande que rectificar le sería fácil, pero como ese poder ha sido construido sobre una ideología, sobre un credo fanático, algunos quizás prefieran terminar como Jim Jones, antes de cambiar. Pero la mayoría de los venezolanos, y hasta algunos ministros, lejos de ser fanáticos, o suicidas, prefieren el culto a “Viva la Pepa”.