lunes, 8 de febrero de 2010

Exprópiese y la revolución agrícola




Quizás lo que quería decir era algo así como ordeno que se “proceda con la expropiación” o le ordeno que “expropie esos edificios”. Pero con o sin el peculiar término la “orden” era determinante. Horas más tarde los documentos estaban listos o a lo mejor ya estaban elaborados desde la víspera.

Muchas veces y en un sinnúmero de artículos en la prensa hice llamados al diálogo. Sin duda me equivoqué al pensar que era factible que el gobierno se sentara en una mesa con comerciantes, industriales, productores agrícolas, profesionales o artistas en la búsqueda conjunta de soluciones a los problemas del país. No, el gobierno no desea diálogo o debate, el gobierno sólo quiere imponer lo que sus estrategas desean y el estilo, es decir el como de hacen las cosas, es la simple imposición: “Exprópiese”, “Confísquese”, "Ciérreme ese negocio”, “Rescate esas tierras” y así sucesivamente. Los ocupantes del edificio La Francia suponían que estaban muy lejos de Apure o Guárico, apartados por cientos de kilómetros de las fincas y los hatos ganaderos.

El domingo pasado descubrieron que no importa dónde estén, todos los ciudadanos pueden ser víctimas del afán de controlarlo todo, de esa antigua idea del gobierno grande y el ciudadano pequeñito, al estilo Luis XV o al de Darío rey de Persia. Para la fecha el gobierno se ha apropiado de unas 120 industrias y ha intervenido más de 500 fincas. Ellos mismos claman haber rescatado alrededor de 2,5 millones de hectáreas y ¿Cuál ha sido el resultado? Pues menos producción, más inflación y desempleo.

El Estado impulsó el desarrollo de Guayana por más de seis décadas: siderúrgica, minería, aluminio, generación de electricidad, bosques maderables y miles de empresas colaterales. En una década han logrado acabar con este enorme complejo. Seis décadas de industrialización nos llevaron a la modesta cifra de 12.000 industrias, en sólo una la cifra se redujo a la mitad. Seis décadas nos permitieron alcanzar niveles razonables de producción agrícola, bastó una para paralizar la inversión en el campo y multiplicar por cuatro las divisas necesarias para alimentar a la población. Sin duda muchas cosas se hicieron mal durante esas seis décadas para que tan rápidamente haya sido posible destruir el progreso logrado.

Sin entrar en muchos detalles, permítame amable lector, mencionar sólo uno dónde hicimos muy mal las cosas. Se trata de la propiedad. Nuestra sociedad pudo, en esas seis décadas, haber construido un país de propietarios. Nuestros gobiernos pudieron, mediante la venta pura y simple, plazos razonables para el pago y algún trabajo técnico para clasificar las tierras, dotar a los ciudadanos más pobres con una propiedad.

Propiedad plena sobre el espacio donde están construidas sus precarias viviendas. Propiedad plena sobre las viviendas de “interés social” que siguen, en su gran mayoría, siendo simples bienhechurías. Propiedad plena para los pequeños y medianos campesinos para que dependan de ellos mismos y no de las dádivas de los agentes del gobierno. Con ella la posibilidad de transar, alquilar, acceder al crédito formal y pensar en la siguiente generación. Con ella la posibilidad de ejercer libremente el voto sin temor a perder su fuente de riqueza. Eso que es tan común y valioso en Europa, en los Estados Unidos de Norteamérica, en buen número de países asiáticos y ahora en Brasil, Perú, Colombia, México, Costa Rica y otros países latinoamericanos. A veces no se trata de “propiedad plena”, pero sí de garantías tan sólidas sobre la posesión, que la misma sólo se pierde cuando ocurre un fallecimiento y no hay ni testamento, ni descendientes que se ocupen de la propiedad. Tan sólida que vale la pena y se hace, invertir y pensar en las siguientes generaciones.

También fracasamos en la regulación de la propiedad, en labores como el catastro civil o en la búsqueda de soluciones inteligentes para democratizar el capital. Fracasamos en educar al pueblo en los derechos, obligaciones y libertades del mundo moderno. No hicimos los cambios requeridos para que el mundo rural fuera tan atractivo como el urbano en salarios, atención médica o educación, tampoco hicimos lo necesario para crear un mercado accesible para viviendas decentes lo que implicaba una economía no inflacionaria y suficientes fuentes de empleo recurrente. El mundo político de antes, como el de ahora, se apalancó en la renta petrolera como fuente del poder, cuando debió haberlo hecho en los ciudadanos. En lugar de trabajo y propiedad, hemos tratado de armar lo imposible sobre la base de la dádiva y la “redistribución de la renta”. Los gobiernos y sus amigos inmediatos distribuyeron la renta, pero principalmente entre ellos mismos. Cada gobierno creó su propia “oligarquía”, en esa errada, más popular forma de describir a los privilegiados de cada régimen.

Un acucioso investigador y funcionario de la FAO por muchos años ha descrito con lujo de detalles los errores del pasado y, en el caso de Venezuela, del presente, en lo que concierne al desarrollo rural. Recomiendo buscar en Internet los escritos de POLAN LACKI y he aquí una muestra en la cual explica cómo los productores de Brasil lograron duplicar en una década las toneladas producidas:

“Esta minoría, que seguramente no llega al 10% de los productores rurales fue la que, en gran parte, contribuyó a la duplicación recién mencionada. Esta minoría decidió ignorar la retórica populista/demagógica/paternalista y tomar, en sus propias manos, la corrección de las ineficiencias del negocio agrícola, haciéndolo dentro de sus fincas y en muchos casos organizándose para hacerlo fuera de sus tranqueras. Los agricultores que protagonizaron esta "revolución" productiva han sido merecidamente premiados con un gran éxito económico; no porque las políticas hayan sido favorables o porque los gobiernos hayan sido generosos en la inyección de recursos a la agricultura, sino sencillamente, porque ellos se han vuelto más eficientes. Sin embargo, aún no podemos entusiasmarnos con este éxito, porque es muy parcial y excluyente.
Es parcial porque estos agricultores que ya han alcanzado una mayor eficiencia, aún pueden volverse mucho más eficientes… Para ello tendrán que ejecutar una segunda etapa de innovaciones, cuya adopción, a ejemplo de lo que ocurrió en la etapa anterior, también depende mucho más de ellos mismos que de sus respectivos gobiernos. En esta segunda etapa necesitarán: incrementar aún más sus rendimientos por hectárea y por animal, diversificar su producción para disminuir la dependencia del crédito rural y para evitar riesgos innecesarios, reducir pérdidas durante y después de la cosecha, mejorar la calidad de sus productos e incorporarles valor, racionalizar la administración de sus fincas… y, especialmente, corregir los errores que ellos mismos siguen cometiendo en la adquisición de los insumos y en la comercialización de sus cosechas. Si ellos ejecutan esta segunda etapa, alcanzarán la denominada eficiencia total o integral, que es el único "pasaporte" realmente seguro para tener rentabilidad y competitividad; los que lo hagan tendrán creciente éxito económico en la agricultura, y poco los afectará lo que hagan o dejen de hacer los gobiernos de los países ricos, los organismos internacionales o los gobiernos de su propio país.”
http://www.Polanlacki.com.br

Está claro de Lacki está haciendo referencia a los productores de un país, Brasil, cuyo gobierno no arremete contra los productores cada día, pero al margen de los detalles, hay una sabiduría en sus palabras que no debemos ignorar cuando vengan tiempos mejores. Y es que cuando en un país el sector privado es productivo y eficiente, entonces disminuye el riesgo de tener a alguien que, con voz airada ordena la expropiación de edificios o fincas.
Foto: Carlos Machado Allison. "Punto de venta campesino, carretera Barquisimeto-Carora" 2008.